Desconfío de la unanimidad. Quizá sea un alma retorcida o ganas de llevar la contraria, pero cuando algo parece darse por sentado oigo una voz interior que me sugiere «¿y si discrepamos?». Supongo que la mayoría de las veces el equivocado seré yo, no la comunión de los santos. Pero aun así, creo que siempre se aprende más dando un rodeo escéptico en tono a lo que parece obvio que aceptándolo de buenas a primeras sin rechistar.
Por ejemplo, la pésima actuación de Joe Biden en el debate electoral del otro día. Parece que todo el mundo ha sacado la conclusión (o repite como propia la conclusión sacada por los demás) de que Biden debe abandonar la carrera presidencial y ser sustituido por otro candidato. No me refiero solamente a esos pelmazos (en el Abc conozco al menos dos) que para demostrar que ellos ven bajo el agua mientras los demás son engañados por las apariencias siempre han despreciado a Biden -como antes a Obama- y le encuentran recónditas virtudes a Trump e incluso al tipo de cuernos de bisonte que asaltó el Capitolio. No, me refiero a gente proba convencida de que alguien que se trabuca cuando discursea, se desorienta y da muestras de senilidad indisimulable no puede aspirar a una tan alta responsabilidad como la presidencia de USA. De acuerdo, no trato de minimizar la importancia de la salud física y mental de los políticos, no hay más que recordar lo ocurrido en Yalta con un Roosevelt casi moribundo: millones de europeos de los países del Este padecieron durante décadas por su debilidad frente a Stalin.
«Creo más decisivo para derogar el trumpismo al vacilante Biden que buscar alguien que venza en bravuconería al matón»
Pero Biden ha sido y es un buen presidente (en cualquier caso algo mejor de lo que temíamos los malpensados) y con sus tropiezos y vacilaciones mantuvo el otro día una posición digna ante Trump. Fue precisamente éste quien quedó más al descubierto que nunca en el debate. En lugar de aprovechar la circunstancia para intentar ganarse con respeto y moderación algo de simpatía por parte de quienes no se la tienen, se mostró más chulo, embustero y bajuno que nunca. ¿Qué es peor, tener mermadas las facultades mentales o carecer por completo de facultades morales? ¿Qué es más peligroso para los ciudadanos que tendrán que padecer su presidencia los próximos años? Por mi parte creo más decisivo para derogar el trumpismo al vacilante Biden que buscar alguien que venza en bravuconería al matón que se enfrenta a él.
Paso a una segunda discrepancia, ésta quizá más compartida que la anterior. Me sorprende y confieso que me irrita también el incienso barato que ha rodeado a la última fuga legal del para mí incalificable Assange. Ya hace años, cuando una serie de periódicos entre los que estaba El País, donde yo escribía, fue publicando la serie de documentos malhabidos por Assange, no me uní al coro de ditirambos que celebraban su hazaña. Escribí entonces que las instituciones democráticas tienen derecho a ciertos secretos para llevar a cabo las tareas que se les encomiendan. No todo debe ser dado a conocer antes de tiempo ni por supuesto debe celebrarse que un particular consiga de modo ilegal lo que las autoridades prefieren reservar.
«Eso es Julian Assange, no le quitemos mérito: el santo patrono y mártir de la pseudoinformación»
Hay cosas que están mejor a resguardo en los archivos de la CIA que robadas por un tipo con ínfulas de justiciero (¿nombrado por quién?) que puede regalarlas o venderlas a quien prefiera. Para los que no tienen más educación que los thrillers los malos son siempre gobiernos y gerifaltes, pero quienes hemos vivido un poco fuera de las salas de cine sabemos que en la mayoría de los casos la amenaza son particulares narcisistas o vesánicos. Julian Assange es un hacker habilidoso, un activista con un ansia infinita de notoriedad y unos compinches poco democráticos (Putin, Maduro, los separatistas catalanes), pero desde luego no es un periodista ni mucho menos un modelo de periodistas.
La libertad de investigación no es el derecho a mirar por las cerraduras en los servicios de señoras, ni la libertad de expresión apropiarse de las preguntas del examen de selectividad y difundirlas por internet. Ahora que algunos de los políticos menos fiables han decidido sancionar económicamente a los medios de información que les critican y denuncian sus chanchullos corruptos, tipos como Assange sólo son elogiados por los sectarios: por los mismos que le denunciarían si favoreciese otros intereses políticos. En efecto, éso es Julian Assange, no le quitemos mérito: el santo patrono y mártir de la pseudoinformación.